Ese pobre caballico atado a una farola.

El pasado domingo a mediodía a todos nos sorprendió el chaparrón en la feria. También al propietario de este Poni, que no dudó en correr a buscar refugio del agua, dejándolo atado a una farola bajo la lluvia.

Tampoco es que pudiese haberlo dejado en muchos sitios más, quizá atado al tronco de un árbol para que no se mojase. Porque los arcos de acceso al recinto ferial estaban atestados de gente guareciéndose de la lluvia, quizá incluso su propietario. Tal vez el agua no llegase siquiera a calar el pelaje del animal, aunque llovió con bastante intensidad, pero la imagen nos parte el corazón.

La escena es desoladora, el pobre animalito está atado a la farola, prácticamente con la frente apoyada contra ella, sin apenas poder moverse y de cara a unos contenedores, como si estuviera castigado. Abandonado como un mueble viejo. Cosificado.

Y es que ese caballo no debería haber estado ahí, no nos referimos a atado a la farola, sino en la feria, paseando a visitantes en el carrito al que iba amarrado. Los animales son seres sintientes que no deben ser explotados para nuestro capricho y disfrute. Seres vivos tratados como herramientas, como objetos que se desechan cuando dejan de «ser útiles»… como este caballito con su carro en la farola, caballitos en realidad puesto que al otro lado de los contenedores hay otro, quizá un burro por los colores.

Como todos esos perros de caza ahorcados, algunas veces en una forma más cruel incluso que el propio ahorcamiento; porque además de ser castigado con la muerte, esta encima deba de ser una tortura «para que escarmiente por no haber hecho bien su trabajo», como si matarlo no fuera ya bastante castigo.

Como todos esos toros masacrados durante esta feria, y otras muchas, en la plaza de toros. Un espectáculo cruento, bárbaro y sangriento, que parece impensable que aún insistan en tildarlo de cultura.

Estos y otros muchos ejemplos son por los que la Ley de Bienestar Animal es necesaria, porque lo derechos de todos los animales deben ser defendidos, y no deben ser maltratados y explotados, para acabar abandonados junto a la basura como este caballito, aunque sólo fuera por un rato hasta que escampase.

Porque en pleno siglo XXI, cualquier situación de maltrato o explotación animal es anacrónica y sin sentido, como sociedad debemos evolucionar mucho más allá. Pero desgraciadamente aún queda mucho, muchísimo trabajo por hacer, porque escenas como la de esos caballitos, y otras mucho peores, se siguen repitiendo por toda nuestra geografía y no debemos cejar en nuestro empeño de conseguir acabar con ellas.

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